Los levantamientos del Sahel y la disputa interimperialista global
El Sahel atraviesa una etapa de profunda ebullición política y social. Esta vasta franja de más de 6.000 km que cruza África central, del Atlántico al Mar Rojo, ha sido escenario de una oleada de levantamientos populares, golpes militares y realineamientos geopolíticos, en un contexto de creciente agudización de la disputa interimperialista a escala mundial.
Los procesos abiertos en esta región plantean una pregunta crucial: ¿estamos ante caminos de aproximación a revoluciones democrático-populares o se están produciendo procesos de cambios de dependencia imperialista sobre la base de las luchas de esos pueblos contra reconocidos enemigos históricos?
Golpes, levantamientos populares y pérdida de hegemonía francesa
Desde 2020 se sucedieron una serie de golpes militares en Malí, Burkina Faso, Guinea y Níger. Estas asonadas, con retórica antiimperialista, apuntaron contra la tutela de Francia, Estados Unidos y la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (CEDEAO).
Las nuevas juntas militares —integradas en su mayoría por oficiales jóvenes de rangos medios— se presentan como portavoces de la dignidad nacional, con discursos nacionalistas y símbolos como la figura de Thomas Sankara. Sin embargo, en las manifestaciones callejeras que respaldan a estos gobiernos, proliferan banderas rusas.
Estos golpes empalmaron con luchas sociales y levantamientos contra la corrupción, la pobreza extrema, la expansión del yihadismo y el hartazgo frente a las estructuras coloniales de dependencia forjadas históricamente con Francia y otras potencias occidentales.

Han impulsado medidas importantes, como la expulsión de tropas francesas, el cierre de bases militares francesas y estadounidenses, la denuncia de acuerdos coloniales y la creación de la Alianza de Estados del Sahel (AES), con propuestas de integración regional. En algunos casos, se avanzó hacia nacionalizaciones parciales en sectores estratégicos. La AES, creada en 2023, busca defensa mutua y cooperación económica, pero sigue siendo frágil y cada vez más dependiente de potencias externas, con creciente influencia de Rusia y China.
Durante las últimas décadas —tanto antes como después de los golpes— el Sahel fue escenario de constantes levantamientos populares, huelgas obreras y luchas campesinas -la inmensa mayoría de la población-, que expresan un rechazo profundo a la opresión colonial, el hambre y la represión estatal.

Dependencia en disputa
Francia ha perdido posiciones militares clave en el Sahel, especialmente en Malí, donde las bases de Menaka, Gossi y Tombuctú pasaron en 2023 a manos de fuerzas locales y, posteriormente, a control ruso. Sin embargo, sigue conservando una presencia estructural dominante en el plano económico, monetario y cultural. El franco CFA, aún en circulación en 14 países africanos y vinculado al Tesoro francés, opera como una herramienta clave de dominación económica y soberanía monetaria limitada. Según un informe del Observatoire de l’Afrique (2024), el 50% de las reservas exteriores de los países que usan el CFA aún deben depositarse en el Banco de Francia, lo que condiciona sus políticas económicas internas.
Además, empresas francesas como Orano (ex-Areva) y TotalEnergies mantienen operaciones estratégicas en la región. Orano controla varias minas de uranio en Níger, como Arlit y Akouta, esenciales para abastecer la industria nuclear francesa. En 2024, una de estas minas fue parcialmente transferida a una compañía mixta con participación rusa, lo que generó una fuerte crisis diplomática entre París y Niamey. Por su parte, el grupo Bolloré sigue siendo actor clave en la logística del comercio exterior en puertos y ferrocarriles del África occidental, a pesar de las presiones por su desinversión.

Estados Unidos, por su parte, había consolidado desde 2014 una importante presencia militar en Níger, a través de su comando africano (AFRICOM), que construyó en Agadez una de las mayores bases de drones del continente, con una inversión superior a los 110 millones de dólares. Esta base, utilizada para operaciones de vigilancia y bombardeos en la región del Sahel y el lago Chad, fue evacuada en 2024 tras el golpe en Niamey, dejando un espacio que rápidamente fue ocupado por tropas rusas.
Sin embargo, EE.UU. no ha abandonado el tablero. Mantiene acuerdos de cooperación militar con países como Senegal, Ghana y Costa de Marfil, y ejerce presión a través de organismos financieros como el FMI y el Banco Mundial. El Departamento de Estado también canaliza fondos a ONGs locales para mantener influencia política e ideológica bajo la fachada del “fortalecimiento democrático”.

Mientras los históricos imperialismos dominantes en la región resisten la pérdida de control directo, Rusia ha avanzado rápidamente. Tras la disolución formal del Grupo paramilitar Wagner, sus efectivos fueron reorganizados en el Africa Corps, una fuerza subordinada al Ministerio de Defensa ruso, pero que conserva una lógica de acción paramilitar. Este cuerpo opera en Malí, Burkina Faso y Níger, brindando entrenamiento, seguridad a líderes golpistas y controlando zonas de explotación minera.
Empresas vinculadas al Kremlin, como Rosatom, ya están posicionadas en la minería de uranio en Níger, mientras Lukoil y Rosneft buscan expandir su presencia en hidrocarburos en el norte de Malí. Además, el gobierno de Burkina Faso firmó acuerdos para cooperar en defensa y energía nuclear con Moscú. En 2025 se reportaron tropas de países del Sahel participando en la guerra de Ucrania del lado ruso.

China, en paralelo, desarrolla una estrategia de penetración económica y comercial, menos militarizada pero más estructural. A través de su Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI), Pekín ha incorporado a la mayoría de los países del Sahel a su red global de infraestructura. El caso más emblemático es el oleoducto Agadem–Cotonú, culminado en 2024 por la estatal CNPC, que conecta los campos petroleros del este de Níger con el puerto de Sèmè en Benín. El proyecto, de más de 2.000 km, permite exportar actualmente hasta 90.000 barriles diarios, colocando a China como principal comprador del crudo nigerino.
Además, empresas como Zijin Mining Group, China Minmetals Corporation y China General Nuclear Power Corporation (CGN) han obtenido licencias para explotar litio, oro y uranio en el cinturón mineral del Sahel. En paralelo, la infraestructura construida por China incluye carreteras, represas y sistemas eléctricos, como la planta hidroeléctrica de Gourou Banda en Níger. Pero estas inversiones traen aparejado un patrón de subordinación tecnológica y financiera: los contratos son opacos, muchos se pagan con recursos futuros, y las obras se realizan con materiales y mano de obra china, sin transferencia de capacidades locales.
El avance de potencias imperialistas como China y Rusia en el Sahel, tras la expulsión parcial de actores tradicionales como Francia y EE.UU., obstaculizan un camino de liberación nacional y acentúan un rumbo de cambio de hegemonía en la dependencia.
Malí y Níger por un camino, Burkina Faso con idas y vueltas
El gobierno de Malí, dirigido por el coronel Assimi Goïta tras el golpe de Estado de agosto de 2020 y su consolidación en 2021, ha profundizado su alianza estratégica con la Federación Rusa. A través de una serie de acuerdos bilaterales, Malí se convirtió en uno de los primeros países africanos en recibir al Africa Corps. Estos efectivos no solo participan en operaciones de combate contra el yihadismo en el norte y centro del país, sino que también han sido desplegados en tareas de represión interna y protección del régimen militar.
Níger, por su parte, cortó abruptamente los vínculos con Occidente tras el golpe del 26 de julio de 2023, que derrocó al presidente Mohamed Bazoum. El nuevo gobierno del general Abdourahamane Tiani anuló acuerdos de defensa con Francia y Estados Unidos, ordenó la evacuación de las bases militares y firmó protocolos de cooperación militar con Moscú en febrero de 2024. La decisión fue justificada por el gobierno como un acto de “recuperación de soberanía”, aunque en la práctica implicó un reemplazo de tutelaje: asesores militares rusos fueron desplegados en Niamey.

Burkina Faso, en cambio, atraviesa un proceso más ambivalente y contradictorio. Desde la llegada al poder del capitán Ibrahim Traoré, tras el golpe de septiembre de 2022 que desplazó a Paul-Henri Damiba, se ha intentado retomar parcialmente el ideario de Thomas Sankara. En 2023 y 2024 se anunciaron medidas de nacionalización parcial en sectores estratégicos como la minería del oro, la energía eléctrica y la gestión del agua. Por ejemplo, la minera canadiense IAMGOLD fue obligada a renegociar sus contratos y la empresa estatal burkinesa SONABEL recuperó parte del control sobre la generación y distribución eléctrica.
En paralelo, se adoptaron medidas simbólicas como el renombramiento de escuelas y espacios públicos en honor a Sankara y la reintroducción de su imagen en campañas de alfabetización, salud y trabajo voluntario. Por otro lado, se creó la fuerza miliciana Voluntarios para la Defensa de la Patria (VDP) integradas por civiles armados que cooperan con el ejército y gozan de cierta legitimidad entre el campesinado por el combate contra el yihadismo.
Estas medidas, si bien reflejan una aspiración real de sectores populares y nacionalistas de avanzar hacia una liberación nacional y social, resultan por ahora limitadas y fragmentarias. La dependencia estructural persiste en múltiples frentes: el financiamiento de proyectos sigue estando condicionado por préstamos chinos y el armamento proviene de Rusia. La participación política está subordinada a las Fuerzas Armadas y es creciente la represión interna.

Luchas populares en el Sahel
En Burkina Faso en 2024, varias protestas campesinas contra el acaparamiento de tierras fueron disueltas violentamente y se han documentado desapariciones de opositores políticos, incluyendo miembros del antiguo partido sankarista UNIR/PS.
En Níger y Malí, sindicatos, campesinos, jóvenes desempleados y estudiantes protagonizan huelgas, movilizaciones y ocupaciones de tierras, exigiendo medidas contra la inflación, el desempleo y el aumento del costo de vida.
En Malí, por ejemplo, la Confédération Syndicale des Travailleurs du Mali (CSTM) y la Union Nationale des Travailleurs du Mali (UNTM) han encabezado paros por salarios impagos y por la reapertura de empresas públicas cerradas por los programas de ajuste del FMI, con el que el gobierno no ha roto y acaba de tomar un nuevo préstamo. En Níger, en abril de 2024, estudiantes de la Universidad Abdou Moumouni salieron a las calles denunciando la reducción de becas y la falta de infraestructura educativa.

En este contexto, la figura de Thomas Sankara resurge como símbolo de la lucha por la liberación. Su ideario, basado en la justicia social, la soberanía nacional y el antiimperialismo, vuelve a circular entre jóvenes, organizaciones campesinas, sindicatos combativos y sectores progresistas de la intelectualidad africana. El “camino sankarista” se invoca no solo como consigna, sino como necesidad histórica frente a un presente de cambio de dependencia.
Aparecen voces que plantean la ruptura monetaria con el franco CFA y el cancelamiento de los acuerdos con el FMI, una reforma agraria que redistribuya tierras a las mayorías campesinas y la recuperación soberana de recursos estratégicos como el uranio y el litio.
El curso actual tiende al cambio de dependencia
Los levantamientos populares y las asonadas militares recientes han asestado un golpe significativo a la histórica dominación francesa en el Sahel, pero las nuevas alianzas con Rusia y China limitan seriamente la posibilidad de trazar un rumbo verdaderamente emancipador.
En términos generales, el camino elegido por las juntas militares –aunque con medidas contradictorias en ocasiones– parece orientarse más hacia una “reconfiguración” de la dependencia bajo formas “viejas” de subordinación con “nuevos” actores, que hacia una aproximación a revoluciones democrático-populares que rompan con la dependencia imperialista.

Como ha demostrado la historia, utilizar las contradicciones interimperialistas es una necesidad para el avance de la lucha revolucionaria. Grandes maestros del marxismo como Lenin, Mao y Stalin identificaron estas contradicciones como “fuerzas de reserva de la revolución”. Sin embargo, también es una enseñanza –de las experiencias concretas de las revoluciones de liberación nacional y social– que una cosa es utilizar esas contradicciones “golpeando juntos” a un enemigo común, “marchando separados”; y otra muy distinta es “asociarse estratégicamente” a un imperialismo para combatir a otro, lo cual conduce inevitablemente a un nuevo sometimiento.
La posibilidad de que estas luchas y levantamientos populares del Sahel no sean absorbidos por los intereses imperialistas rusos o chinos dependerá de la capacidad de los pueblos y de las organizaciones políticas revolucionarias para romper con toda forma de dominación externa, confiando en sus propias fuerzas y utilizando correctamente las contradicciones interimperialistas.

Periodista egresado de TEA.
Rosarino.
Hincha y socio de Newell´s.
Militante del PCR.
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