De portaaviones a rutas comerciales: Las disputas en las cumbres OTAN BRICS

Las recientes cumbres de la OTAN en La Haya y de los BRICS en Río de Janeiro, celebradas la última semana de junio y la primera de julio respectivamente, escenificaron con nitidez una escalada en la magnitud de la disputa interimperialista global.

La OTAN: alianza militar bajo el mando yanqui

Fundada en 1949 para contener a la Unión Soviética, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no solo sobrevivió al colapso de la URSS en 1991, sino que se lanzó a una expansión sostenida hacia el Este con el objetivo explícito de cercar a Rusia, heredera del socialimperialismo soviético. La incorporación de países como Polonia, Hungría, República Checa, Rumania, Bulgaria, Estonia, Letonia y Lituania ha sido señalada por Moscú como una amenaza existencial, constituyendo uno de los principales argumentos para justificar su invasión a Ucrania.

Un aspecto clave y creciente en la discusión interna de la OTAN es la inclusión de China como nuevo foco potencial de conflicto. Aunque tradicionalmente centrada en contener a Rusia, la alianza comienza a explorar estrategias para enfrentar el ascenso militar y la influencia china en todo el mundo, con un particular foco de atención en el Indo-Pacífico. En este marco, Donald Trump ha sugerido, al menos retóricamente, desplazar el eje principal de la disputa desde Rusia hacia China, buscando recalibrar prioridades y recursos. No obstante, esta postura trumpista convive con la de otros sectores de la burguesía monopolista yanqui y las potencias europeas que siguen enfatizando la amenaza rusa -que avanza en su asociación con China-, reflejando las tensiones y contradicciones internas dentro de la alianza.

En la reciente cumbre en La Haya del 24 y 25 de junio, el presidente Donald Trump reiteró su demanda de que los países europeos asuman un mayor peso del costo de su defensa, acusándolos de ser “garrapatas del presupuesto de defensa estadounidense” y amenazando con reducir el compromiso militar de EE. UU. en Europa si no cumplían. Este apriete dio sus frutos y se tradujo en un acuerdo para aumentar el gasto militar europeo al 5% del PIB para 2035, más un 1,5% adicional para infraestructura militar y ciberdefensa. Trump calificó la decisión de “monumental” y celebró que “la mayoría entendió el mensaje”.

Mark Rutte, secretario general de la OTAN, defendió la escalada: “Estamos construyendo una OTAN más fuerte, más justa y más letal”. Hay que tener en cuenta que, por ejemplo en 2023 la OTAN destinó 1,3 billones de dólares a defensa, de los cuales Estados Unidos aportó 876.000 millones, equivalentes al 67% del total.

Estados Unidos mantiene una vasta red de bases militares en el extranjero, aunque las cifras varían según las fuentes. El Departamento de Defensa, a julio de 2025, reporta al menos 128 bases en 51 países, al tiempo que un estudio del Conflict Management and Peace Science Journal contabiliza unas 173.000 tropas distribuidas en 254 bases activas.

El aumento del gasto y el despliegue militar no son solo un signo de poder, sino una estrategia que agrava la confrontación con China y Rusia. Finalizada la cumbre en La Haya, se concretó el envío de tropas alemanas a Lituania -país fronterizo de Bielorrusia, aliado estratégico de Rusia- para reforzar el flanco oriental de la OTAN, lo que incrementa las tensiones en una región ya de por sí volátil debido a la guerra en Ucrania.

El planteo de Trump respecto al gasto militar no tuvo mayor resistencia para su aprobación, aunque sí provocó críticas. Emmanuel Macron dijo que si bien “Europa debe tener autonomía para poder defenderse por sí misma”, cuestionó la paradoja de “exigir más armas mientras se aplican aranceles contra nuestra industria”. Por su parte, el canciller conservador alemán Friedrich Merz advirtió que destinar el 5% del PIB a defensa “es justo, pero podría desequilibrar nuestras finanzas y cohesión social”.

El conflicto en Ucrania fue uno de los temas centrales. El presidente Volodímir Zelenski participó activamente, reclamando un aumento en el suministro de armamento y lamentando los retrasos. Aunque EE. UU. había suspendido temporalmente algunos envíos, mientras avanza la ofensiva rusa, los países bálticos y Polonia lograron revertir la medida. Zelenski planteó: “Las dudas y dilaciones en Occidente nos cuestan vidas todos los días”. Frente a ello, Mark Rutte reafirmó: “Ucrania no está sola”.

Esta dinámica de militarización y confrontación no solo afecta a Europa y Asia, sino que contribuye a una creciente militarización global. La disputa interimperialista se proyecta globalmente con efectos concretos en regiones como África, Medio Oriente y América Latina.

Los BRICS: plataforma económica-política en expansión con liderazgo chino

Los BRICS nacieron formalmente en 2009 como un foro de cooperación entre Brasil, Rusia, India y China —al que se sumó Sudáfrica en 2010—, con el objetivo declarado de reformar el orden mundial dominado por las potencias occidentales. Su impulso inicial vino de la necesidad compartida de disputar la arquitectura financiera global erigida tras Bretton Woods: la hegemonía del dólar, la injerencia política del FMI y el Banco Mundial, y la concentración del poder en el Consejo de Seguridad de la ONU.

En los últimos años el bloque decidió su primera expansión formal incorporando a cuatro nuevos países ampliando considerablemente la proyección geográfica, económica y geopolítica: Irán, Egipto, Etiopía y Emiratos Árabes Unidos. Con esta ampliación, los BRICS pasaron a abarcar cerca del 46 % de la población mundial, el 36 % del PBI, el 42 % de la producción de petróleo y el 30 % del comercio de mercancías. La coordinación financiera, comercial y energética es su principal fortaleza. Sin embargo, el bloque no posee —ni proyecta a corto plazo— una estructura militar conjunta, lo que lo diferencia estructuralmente de la OTAN.

Diplomacia interna y tensiones geopolíticas

La 17.ª cumbre del bloque, celebrada en Río de Janeiro los días 6 y 7 de julio, estuvo marcada por faltazos notorios: Vladímir Putin no asistió ante la posibilidad de una detención por pedido de la Corte Penal Internacional por crímenes de guerra en Ucrania. Fue reemplazado por el canciller Serguéi Lavrov. Xi Jinping tampoco asistió, oficialmente por “razones de agenda”. Todo indica que su ausencia respondió a tensiones no resueltas con India y diferencias con los criterios de adhesión de nuevos miembros.

India, que mantiene una rivalidad estructural con China por disputas territoriales en el Himalaya, la competencia en los mercados asiáticos y su alianza creciente con Estados Unidos, busca evitar la consolidación de una jefatura china en los BRICS.

Lula, presidente anfitrión, calificó los ataques israelíes en Gaza como “genocidio”, condenó el unilateralismo de EE. UU. y volvió a proponer una reforma del Consejo de Seguridad de la ONU.

China y Rusia: eje estratégico, rearme y alianzas militares

Aunque los BRICS no cuentan con una estructura de defensa común, su peso militar está determinado por la alianza estratégica entre China y Rusia, consolidada desde 2022 con la firma de una “asociación sin límites”. Ambos países intensificaron su cooperación energética, financiera y tecnológica, al tiempo que coordinaron cada vez más sus acciones militares, tanto directas como a través de aliados. La guerra en Ucrania fue un punto de inflexión decisivo: las sanciones impuestas por Estados Unidos y Europa empujaron a Moscú a profundizar su dependencia económica y militar de Beijing, y aceleraron la convergencia estratégica entre ambos.

China, que este año destina más de 246.000 millones de dólares a su presupuesto de defensa, duplicó su gasto militar en la última década. Actualmente posee la flota naval más grande del mundo, desarrolla misiles hipersónicos, drones furtivos, capacidades antisatélite y busca expandir su arsenal nuclear hasta alcanzar las 1.500 ojivas para 2035 (Pentagon Annual Report, 2024). Además, mantiene una estratégica base militar en Yibuti, acuerdos logísticos con Pakistán, Camboya, Angola y Sri Lanka, y controla sectores clave de infraestructura crítica en más de 40 países a través de la BRI.

Una dimensión clave de esta alianza es la creciente triangulación con Irán, cuya adhesión a los BRICS fue especialmente impulsada por Moscú y Beijing. Rusia e Irán firmaron una alianza militar integral que incluye ejercicios conjuntos, transferencia de misiles, drones y defensa aérea, además del uso compartido de infraestructura portuaria en el Caspio y el Golfo Pérsico.

Informes de inteligencia han documentado que Corea del Norte ha funcionado como intermediario del apoyo militar chino a Rusia en el conflicto ucraniano, enviando municiones, cohetes, armamento ligero y, más recientemente, también tropas, con respaldo logístico indirecto de Beijing. Esta estrategia permite a China mantener su neutralidad formal mientras sostiene a su socio estratégico.

Rusia, que en 2025 destina un 7,1 % de su PBI a defensa (unos 149.000 millones de dólares), ha multiplicado la producción de tanques T-90, misiles y drones. Su industria bélica —reestructurada tras las sanciones occidentales— ahora se articula crecientemente con proveedores iraníes, norcoreanos y chinos. Además, Moscú ha expandido su influencia militar en África, especialmente en el Sahel con el África Corps, donde se encuentra en curso el desplazamiento de Francia como potencia hegemónica.

Contradicciones internas y acumulación asimétrica de poder

Los BRICS presentan una arquitectura descentralizada, sin comando militar conjunto ni cláusulas de defensa colectiva. Esto los diferencia estructuralmente de la OTAN y limita su capacidad de acción unificada. Sin embargo, esta misma flexibilidad les permite acumular mediante instrumentos como el Nuevo Banco de Desarrollo, la expansión de la Franja y la Ruta, los acuerdos energéticos entre socios clave y la convergencia militar del eje Moscú–Pekín–Teherán.

Su estrategia no se basa en una réplica militar simétrica frente a la OTAN, pero tampoco se limita a una asociación de “poder blando”. Por el contrario, tanto China como Rusia avanzan en una reconfiguración integral de sus capacidades defensivas y ofensivas, ganando tiempo y avanzando desde lo económico, diplomático y logístico para enfrentar una eventual confrontación abierta. Los corredores ferroviarios, los acuerdos comerciales en monedas alternativas y las alianzas estratégicas no son solo medios de acumulación táctica, sino elementos de un rearme estructural de cara a una disputa interimperialista cada vez más aguda.

América Latina: escenario de disputa

La reunión del Mercosur celebrada en Buenos Aires, que funcionó como previa a la cumbre de los BRICS, dejó al desnudo la creciente polarización en el plano regional, en un contexto atravesado por el reacomodamiento de alianzas globales con vértices en Estados Unidos y China.

El presidente argentino Javier Milei aprovechó el encuentro para reforzar su alineamiento con Estados Unidos y atacar de manera directa el proyecto de integración regional. Esta posición no solo busca dinamitar la institucionalidad existente, sino que responde a una estrategia explícita de subordinación geopolítica a la lógica de Washington, reforzada en sus recientes visitas a Israel, EE. UU. y su participación en foros como CPAC y Davos. Incluso ha planteado la intención de incorporarse a la OTAN y ahora se conoce que dispuso un diálogo militar secreto con Gran Bretaña.

Lula se reposicionó como referente de la Patria Grande latinoamericana. Reivindicó el Mercosur como plataforma de coordinación política y económica, visitó a la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner —condenada a prisión y proscripta políticamente— y propuso una mayor articulación con los BRICS y la banca multilateral alternativa.

El corredor ferroviario bioceánico Brasil–Perú anunciado durante la cumbre del BRICS y financiado mayoritariamente por capital chino, resume de forma material esta disputa estratégica. La obra conectará el puerto atlántico de Río de Janeiro con el megapuerto en Chancay -propiedad de la empresa china COSCO- en el Pacífico, atravesando Bolivia y parte de la Amazonía. Se trata de una pieza clave de la Franja y la Ruta en la región, que permitirá exportaciones directas desde América del Sur a Asia, evitando los pasos del Canal de Panamá, regenteado “indirectamente” por los yanquis, y el estrecho de Magallanes, que es controlado militarmente por Reino Unido y la OTAN desde las Islas Malvinas, usurpadas a Argentina.

Para China, representa una vía estratégica para garantizar el flujo de materias primas, reducir costos logísticos y avanzar en la consolidación de infraestructura portuaria y ferroviaria bajo control propio en el Cono Sur. Para Brasil, la obra ofrece una posibilidad concreta de integración física regional con financiamiento no condicionado por el FMI, aunque también produce una dependencia estructural.

América Latina aparece así como un campo en disputa dentro del nuevo tablero mundial. Distintos sectores de las clases dominantes locales de cada país buscan profundizar la subordinación a uno u otro bloque imperialista. Afortunadamente, esta discusión no se resuelve solamente en los foros diplomáticos ni en los acuerdos de palacio, sino también en las calles, en los movimientos sociales y en la lucha concreta de los pueblos por soluciones a sus padecimientos y necesidades, por el control de los recursos naturales, la infraestructura crítica y la posibilidad de desarrollo autónomo.

En ese marco, el futuro de la región dependerá tanto de las decisiones de sus gobiernos como de la capacidad de sus habitantes para imponer un rumbo propio. La OTAN refuerza su estrategia de contención y despliegue directo, mientras los BRICS proyectan una arquitectura financiera y geopolítica bajo una hegemonía parcial, pero creciente, de China. Ambos bloques expresan diferentes formas de dominación imperialista. En este escenario de tensión en aumento, la salida para los pueblos y naciones dependientes no puede ser elegir entre viejos o nuevos amos.

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