El inicio del choque entre Camboya y Tailandia el 24 de julio pasado —coincidente con la suspensión de la primera ministra tailandesa— ha puesto en evidencia una vez más cómo los enfrentamientos regionales, incluso aquellos que aparentan tener causas locales o históricas, se inscriben y son utilizados dentro de una dinámica más profunda: la creciente disputa interimperialista global entre agrupamientos encabezados por Estados Unidos y China. Lo que comenzó como un nuevo episodio en la larga controversia fronteriza entre Phnom Penh y Bangkok rápidamente se transformó en un punto de tensión mayor en el tablero del Indo-Pacífico, donde colisionan proyectos, alianzas militares, intereses económicos y estrategias de poder global.
Un conflicto histórico extendido y reavivado hoy

El fuego cruzado volvió a encenderse en la frontera entre Camboya y Tailandia, con combates que implicaron aviones caza F‑16 tailandeses, artillería de largo alcance camboyana, minas antipersonales, drones y ataques con cohetes. El epicentro fue la provincia de Oddar Meanchey en Camboya, cerca del templo Preah Vihear, que data del siglo XI y es Patrimonio de la Humanidad. Con más de 30 muertos, incluidos civiles y soldados, y decenas de miles de desplazados, esta es la escalada militar más grave entre ambos países en más de 13 años.
El origen de la disputa territorial tiene su raíz en los mapas coloniales franceses de 1904 y 1907, que dejaron ambigüedades en el trazado fronterizo, especialmente en zonas montañosas y templos sagrados. La Corte Internacional de Justicia otorgó el importante templo de Preah Vihear a Camboya en 1962 y reafirmó la decisión en 2013. Sin embargo, Tailandia jamás aceptó plenamente esa sentencia.

La chispa del conflicto
La chispa inmediata del enfrentamiento fue en apariencia local: un soldado camboyano murió a fines de mayo mientras cavaba trincheras cerca de la frontera, en una zona disputada. El incidente encendió rápidamente una espiral de tensiones: minas terrestres colocadas en el área hirieron a varios soldados tailandeses, lo que generó un fuerte debate en el Parlamento de Bangkok. El 24 de julio, una nueva explosión de minas que provocó múltiples heridos marcó el inicio de una ofensiva militar más amplia.

Las Fuerzas Armadas de Tailandia realizaron bombardeos contra posiciones camboyanas, acompañados de ataques con cohetes y artillería pesada en al menos seis puntos de la frontera, desde la provincia tailandesa de Trat hasta la camboyana de Pursat. Además de los ataques convencionales, se reportaron también operativos de guerra electrónica, lo que indica un nivel más complejo de confrontación tecnológica.
El saldo inmediato fue el desplazamiento de alrededor de 160.000 personas, más de 30 muertos —incluidos al menos 20 civiles tailandeses y 13 camboyanos—, el cierre total de los pasos fronterizos y el retiro recíproco de embajadores.

Desgaste político interno y utilización
El gobierno interino de Phumtham Wechayachai en Tailandia, que asumió el poder tras la reciente suspensión de la primer ministra (PM) Paetongtarn Shinawatra el 23 de julio pasado, enfrenta una profunda crisis de gobernabilidad marcada por divisiones internas y cuestionamientos a su legitimidad.
En este sentido, el conflicto en la frontera con Camboya se ha convertido en una herramienta política para consolidar su autoridad. La escalada bélica funciona como un recurso para justificar el aumento del control militar y para desviar la atención de las tensiones y disputas, así como de las cuestiones latentes en torno a la figura de la monarquía, que sigue siendo un eje de poder y controversia en el país.
Un hecho que potenció esta crisis política en Tailandia fue la filtración de un audio en el que se escuchan conversaciones entre Paetongtarn Shinawatra y el ex PM camboyano Hun Sen, en el que parecen coordinar estrategias para manejar discretamente la crisis fronteriza, buscando minimizar la escalada pública mientras manipulan la situación para sus propios intereses políticos. Esto alimentó las denuncias de sectores nacionalistas tailandeses, que acusan a Shinawatra de “colaboracionismo” con intereses extranjeros.
Mientras tanto, en Camboya, Hun Manet, heredero político de Hun Sen y actual líder del Partido Popular Camboyano (CPP), enfrenta su propio desgaste dentro del partido y del aparato estatal. La crítica pública hacia la corrupción, la concentración excesiva del poder y el aumento de las protestas sociales generan un escenario difícil para su gobierno.
En medio de esta delicada situación política, el conflicto fronterizo se convierte también en un instrumento para fortalecerse. Además, le permite estrechar su alianza estratégica con China, país que le proporciona respaldo político, militar y económico decisivo.
Si bien es probable que el origen esté más vinculado a la situación interna de ambos países, una vez desatado el enfrentamiento en curso va quedando en claro el uso geopolítico del mismo.
Estados Unidos y China frente a frente en el tablero del Indo-Pacífico
El incidente entre Camboya y Tailandia no puede comprenderse al margen de la disputa por la hegemonía en Asia-Pacífico, una región que se ha convertido en un núcleo estratégico de la confrontación entre China y Estados Unidos. La escalada bélica entre Phnom Penh y Bangkok constituye un nuevo episodio en la creciente competencia por el control de rutas marítimas, enclaves militares y zonas de influencia regional.
Como en episodios previos de tensión regional, Estados Unidos reaccionó con rapidez. El presidente Donald Trump intervino directamente, amenazando con imponer aranceles del 36% a los productos tailandeses y camboyanos si el choque persistía, además de congelar las negociaciones comerciales bilaterales en curso. Paralelamente, el Departamento de Estado exigió “máxima contención” y apeló a una solución pacífica del diferendo, mientras el Comando Indo-Pacífico aumentaba su presencia disuasiva en la zona.

Estados Unidos reactivó sus contactos militares con Tailandia y reforzó su retórica sobre la “libertad de navegación” en el Sudeste Asiático, como reportaron Voice of America y Nikkei Asia.
El Pentágono considera a Tailandia un aliado fundamental dentro de su arquitectura militar en Asia. Bangkok integra el sistema de “alianzas bilaterales reforzadas” que Washington ha sostenido desde la Guerra Fría, y cumple un rol central como anfitrión de los ejercicios Cobra Gold, las maniobras conjuntas más importantes del Sudeste Asiático. Además, Estados Unidos mantiene acceso a bases aéreas, instalaciones logísticas y derechos de uso sobre infraestructura tailandesa estratégica.
En paralelo, Washington ha intensificado la promoción del Indo-Pacific Economic Framework (IPEF), una iniciativa que busca aislar comercialmente a China, al tiempo que refuerza alianzas estratégicas como el QUAD —integrado por EE.UU., Japón, Australia e India—, concebido como una suerte de OTAN asiática. Estas plataformas forman parte de una estrategia más amplia de “contención integrada” frente al avance chino.
Por su parte, China ha profundizado su presencia en Camboya a través de la Iniciativa de la Franja y la Ruta (BRI, por sus siglas en inglés). Desde 2015, las inversiones chinas superan los 5 000 millones de dólares, destinadas a carreteras, ferrocarriles, parques industriales, zonas económicas especiales y, sobre todo, al megaproyecto portuario de Sihanoukville. Sin embargo, el punto más sensible es la base naval de Ream, modernizada con financiación y tecnología chinas, cuya renovación ha generado una fuerte alarma en Washington y entre sus aliados.

La base de Ream, ubicada sobre el Golfo de Tailandia —una zona clave para el tránsito marítimo regional—, podría ser utilizada por la Armada del Ejército Popular de Liberación chino, lo que supondría un avance estratégico crucial para el “Collar de Perlas”: la red de puertos y enclaves que permite a China proyectar su influencia militar y económica desde el Mar del Sur de China hasta el Índico y el Cuerno de África.
Asimismo, el Instituto para el Estudio de la Guerra (ISW) advirtió que el conflicto podría ser aprovechado por China para expandir su presencia naval en el Golfo de Tailandia, desplazando a actores aliados de EE.UU.

El Pentágono ha denunciado públicamente que la presencia china en Ream representa una amenaza directa para sus operaciones en el Pacífico occidental, al romper el equilibrio naval en una región donde Estados Unidos mantiene acuerdos militares con Tailandia, Filipinas y Singapur. Esta presencia se suma al despliegue de Beijing en islas artificiales del Mar de China Meridional, así como a sus acuerdos estratégicos con Myanmar, Pakistán y Sri Lanka.
Este enfrentamiento se inscribe en una competencia más amplia por el control de los llamados “estrechos críticos” del Indo-Pacífico. Uno de ellos, el estrecho de Malaca, canaliza más del 40% del comercio marítimo mundial y resulta vital tanto para el abastecimiento energético de China como para la proyección naval estadounidense desde Guam y la base en Diego García.

Tailandia, situada en el istmo de Kra, se vuelve una pieza clave: su eventual cooperación con China permitiría a Beijing rodear a Vietnam y reforzar un corredor marítimo alternativo, una jugada geopolítica que Washington busca bloquear por todos los medios.
India, otro actor relevante, ha mantenido una prudente distancia diplomática, aunque observa con atención el posible fortalecimiento de la presencia china en una región que considera clave para su seguridad marítima.

Camboya se ha transformado en uno de los aliados más firmes de Beijing en el Sudeste Asiático. Primero bajo el liderazgo de Hun Sen y ahora con su hijo Hun Manet, Phnom Penh ha brindado un respaldo casi incondicional a la política exterior china. A cambio, Camboya recibe financiamiento constante de la BRI, así como respaldo diplomático en foros multilaterales como la ASEAN.
Washington, en cambio, acusa a Camboya de permitir el uso encubierto de infraestructura militar por parte de China, violando principios de neutralidad y desestabilizando el frágil equilibrio de seguridad regional.
La crisis fronteriza de 2025 entre Tailandia y Camboya ocurre en un momento de creciente militarización del Indo-Pacífico. Estados Unidos ha reactivado acuerdos de defensa con Filipinas, reforzado su presencia en Japón y Corea del Sur, y desplegado nuevas capacidades cibernéticas, antimisiles y navales en toda la región. A su vez, China ha intensificado los ejercicios conjuntos con Rusia, profundizado su relación con Irán, y establecido acuerdos importantes con Indonesia y Malasia.
La mediación imposible: ASEAN, ONU y los límites de la diplomacia multilateral
Varios actores internacionales intentaron asumir un rol mediador. Sin embargo, esas iniciativas se vieron rápidamente desbordadas por la magnitud del conflicto y la presión de los bloques imperialistas enfrentados.
La Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), integrada por Brunéi, Camboya, Filipinas, Indonesia, Laos, Malasia, Myanmar, Singapur, Tailandia y Vietnam, se encontró atada de pies y manos. El principio de no injerencia —que impide intervenir en los asuntos internos de los países miembros— actúa como camisa de fuerza, más aún cuando varios gobiernos están alineados con distintas potencias en disputa.
La propuesta de mediación impulsada por Malasia, bajo el liderazgo de Anwar Ibrahim, recibió un respaldo formal en algunos comunicados, pero no tuvo ningún efecto concreto sobre el terreno.
La ONU, por su parte, convocó una sesión de emergencia del Consejo de Seguridad, en la que se instó a desescalar y se expresó preocupación por el impacto humanitario. Sin embargo, no se tomaron resoluciones vinculantes, ni se vislumbraron medidas capaces de contribuir a la paz dado que tanto Estados Unidos como China tienen poder de veto. A su vez, Tailandia planteó que el conflicto “es un problema bilateral que debía resolverse sin injerencia de organismos multilaterales”. Recientemente Trump anunció un acuerdo de cese al fuego que de momento es de dudoso cumplimiento.
Este bloqueo diplomático, tanto regional como global, evidencia la falsa “multilateralidad” existente y su imposibilidad de acción frente a crisis atravesadas por intereses estratégicos de las potencias predominantes.
Una guerra local con causas y consecuencias globales
No está claro aún el rumbo que tomará esta crisis. Aunque se anunció un alto el fuego, persiste la posibilidad de que el conflicto se prolongue (o estanque) por el cálculo político de los gobiernos y las potencias involucrados directa e indirectamente. Sin embargo, las tensiones que lo originaron -tanto internas como internacionales- están lejos de resolverse y, en muchos aspectos, tienden a profundizarse.
La militarización del Indo-Pacífico, las crecientes rivalidades interimperialistas entre China y Estados Unidos, y el rol subordinado y dependiente de los gobiernos de países como Tailandia o Camboya, configuran un escenario propenso a nuevas escaladas.

La región no solo concentra intereses económicos y estratégicos de escala global, sino también una inmensa cantidad de disputas territoriales no resueltas: desde los arrecifes de las islas Spratly y Paracel hasta los estrechos de Malaca, Luzón y Sunda; desde la frontera chino-india hasta los litigios marítimos entre Japón, Corea del Sur, Vietnam, Malasia, Filipinas e Indonesia.
En este contexto, cualquier chispa —por menor que parezca— puede convertirse en un incendio con consecuencias regionales e incluso mundiales. La región ha ingresado en una nueva fase de “conflictos con doble capa”: locales en su forma, pero globales en sus consecuencias estratégicas.
Lo más probable es que no sea del interés de ambas potencias una escalada descontrolada de la confrontación en curso, por lo que intentan que se mantenga como un incidente atomizado.
Así, el choque entre Phnom Penh y Bangkok funciona como un ensayo general de la disputa interimperialista por el Indo-Pacífico, donde cada movimiento táctico tiene implicancias estratégicas en una guerra global por partes que avanza sin declararse formalmente y cuyo campo de batalla se extiende desde Medio Oriente hasta el Golfo de Tailandia, pasando por el Sahel africano hasta el Mar de China Meridional y Taiwán.
Este enfrentamiento forma parte de un proceso global más amplio en el cual los pueblos y naciones oprimidas por las potencias son tratadas como simples piezas del ajedrez geopolítico. En un Mundo en el que, como denunció el recientemente fallecido Papa Francisco, está en curso una “Tercera Guerra por partes” y frente al cual llamó a oponer “la valentía de la paz”.

Periodista egresado de TEA.
Rosarino.
Hincha y socio de Newell´s.
Militante del PCR.