Unión Europea – China: una cumbre tensionada

El pasado 24 de julio, la Unión Europea y China celebraron en Beijing los 50 años de relaciones diplomáticas con una cumbre atravesada por tensiones geopolíticas y comerciales.

Las formalidades y los gestos protocolares no lograron ocultar que el reciente encuentro solo evidenció el profundo deterioro de su relación bilateral. La propia organización de la cumbre, de hecho, ya era un mal presagio; lo que iba a ser una cita de dos días en Bruselas terminó reducido a una única y tensa jornada en Beijing tras semanas de desacuerdos.

Desde hacía meses, las partes no se ponían de acuerdo sobre el formato, el lugar ni los temas principales. Según fuentes diplomáticas citadas por Politico EU y Le Monde, la delegación europea propuso una agenda centrada en derechos humanos, comercio y Ucrania, mientras que Beijing insistía en priorizar la cooperación climática y los aspectos positivos del intercambio económico.

La imposibilidad de acordar un programa equilibrado llevó a posponer la cumbre en dos ocasiones. Finalmente, China ofreció realizar el encuentro en su capital, con una agenda más acotada, lo cual fue aceptado por la UE para evitar una suspensión definitiva.

Advertencias, pragmatismo y divergencias estratégicas

Desde el lado europeo, el mensaje inicial fue contundente: Ursula von der Leyen afirmó que la relación con China “ha llegado a un punto de inflexión”. En declaraciones posteriores, enfatizó que esa apertura debe responder a una reciprocidad real: “Europa mantiene su mercado abierto, pero esa apertura no está correspondida por China”.

El presidente del Consejo Europeo, António Costa, pidió “reglas claras”, mientras que Kaja Kallas, representante de la UE para Asuntos Exteriores, subrayó la exigencia de mayor transparencia frente a subsidios estatales y regulaciones arbitrarias.

Europa expresa esa presión: Alemania critica los subsidios estatales orientales a los autos eléctricos e insta a limitar ese desequilibrio. Francia reafirma la “autonomía estratégica” del presidente Emmanuel Macron frente a Beijing y Washington.

Xi Jinping tomó un tono diferente: apeló a sembrar estabilidad global mediante la comunicación y la confianza, aunque emplazó a Europa a “hacer las elecciones estratégicas correctas”. El portavoz de la cancillería Wang Wenbin reforzó ese mensaje al decir: “la clave es manejar adecuadamente las diferencias y ampliar la convergencia”, sintetizando el contrapunto a la postura europea, que condiciona la relación a estándares diseñados por Estados Unidos.

Un desequilibrio comercial fenomenal (y el efecto Róterdam)

El comercio bilateral entre China y la Unión Europea alcanzó los 730.000 millones de euros en 2024, con un marcado superávit a favor de Beijing que superó los 300.000 millones de euros. Esta asimetría fue una de las principales preocupaciones expresadas por von der Leyen, quien advirtió que “no podemos permitir que nuestra industria sea socavada por prácticas desleales”, en referencia a los subsidios estatales chinos y al acceso desigual a los mercados.

Berlín es el principal socio comercial de China dentro del bloque europeo y, a su vez, China es su segundo socio comercial (apenas detrás de Estados Unidos). Alemania tuvo exportaciones a China en 2024 por aproximadamente 95.000 millones de dólares e importaciones por 107.000 millones. Francia tuvo exportaciones a China en 2024 por 26.000 millones e importaciones por 60.000 millones. Estas cifras ilustran la fuerte dependencia europea del mercado chino, especialmente en sectores industriales clave.

Un factor adicional que distorsiona las cifras oficiales del desequilibrio comercial es el denominado “efecto Róterdam”. Este fenómeno ocurre cuando una parte significativa de las importaciones chinas ingresan al mercado europeo a través de grandes puertos de Países Bajos y Bélgica, como el de Róterdam, y luego son redistribuidas internamente a otros países de la UE. Este mecanismo genera un registro inflado de las importaciones desde China en ciertos países y desfigura las estadísticas nacionales, dificultando una lectura precisa del verdadero saldo comercial bilateral entre China y cada Estado miembro.

Acuerdo sobre cambio climático

A pesar de las tensiones, el único terreno de cooperación concreto fue la declaración conjunta sobre clima. Ambos reafirmaron su compromiso con el Acuerdo de París y acordaron avanzar en reducción de metano, mercados de carbono y un tratado global sobre plásticos. Pekín destacó inversiones en energía renovable en Europa, aunque Bruselas alertó sobre su dependencia crónica de paneles solares, baterías de litio y tierras raras chinas. Por eso, la estrategia europea de “de‑risking” busca diversificar la provisión mediante inversiones en América Latina y África, así como colaboración con EE. UU. para limitar productos con subsidios distorsivos.

Guerra de Ucrania

El conflicto en Ucrania también ocupó un lugar central en la cumbre. Desde la Unión Europea, la exigencia principal fue que China utilice su influencia sobre Moscú para favorecer una salida negociada. La delegación europea alertó sobre el aumento del comercio sino-ruso y expresó preocupación por presuntas transferencias de tecnología de uso dual —civil y militar— que podrían estar contribuyendo indirectamente al esfuerzo bélico ruso. En ese marco, von der Leyen fue categórica al afirmar: “El apoyo indirecto a la maquinaria bélica rusa debe cesar”, en una referencia implícita a las exportaciones chinas de drones, componentes electrónicos y maquinaria industrial a Rusia.

China evitó responder en términos confrontativos y mantuvo su posición oficial, centrada en cuestionar el hegemonismo estadounidense. El Ministerio de Relaciones Exteriores chino sostuvo en un comunicado que “la crisis en Ucrania es producto de las contradicciones entre bloques y del hegemonismo de ciertos países occidentales”, reafirmando la línea oficial que enmarca la guerra como resultado de la expansión de la OTAN y la rivalidad geoestratégica entre potencias, y no como una agresión unilateral de Moscú.

Esta posición coincide con el documento de “Propuesta china para una solución política de la crisis de Ucrania” de febrero de 2023, donde se reclamaba un alto el fuego, rechazo a las sanciones unilaterales y seguridad indivisible para todas las partes.

En paralelo, medios internacionales reportaron versiones sobre declaraciones confidenciales del canciller chino Wang Yi que refuerzan la importancia estratégica de Rusia para Beijing. Según el South ChinaMorning Post, Wang habría expresado en un encuentro reservado que China no puede permitir que Rusia pierda la guerra.

Esta afirmación fue retomada y ampliada por Infobae, que citó fuentes europeas atribuyéndole al jefe diplomático chino la frase: “Pekín no puede permitirse ver a Rusia perder la guerra en Ucrania, porque necesita que Estados Unidos se concentre en Moscú y Kiev, y lejos del Pacífico”.

Aunque no hubo confirmación oficial por parte de Beijing, la filtración fue interpretada como una muestra del cálculo estratégico que China realiza entre la contención a Estados Unidos en Europa y su proyección de fuerza en el Indo-Pacífico.

Vínculo UE‑China como competencia estratégica

La cumbre confirmó lo que desde 2019 la UE ha venido sosteniendo en sus documentos estratégicos: China es, al mismo tiempo, “socio, competidor económico y rival sistémico”. Esa definición, formulada por primera vez en la Comunicación Conjunta de la Comisión Europea y el Consejo en marzo de 2019, sigue vigente. En sus actualizaciones más recientes, la UE ha puesto el foco en la “reducción de dependencias estratégicas” y en la necesidad de “reforzar la resiliencia europea frente a prácticas coercitivas”. Aun así, la política europea hacia China oscila entre la presión y el compromiso, la crítica y el cálculo.

Para Josep Borrell, alto representante para Asuntos Exteriores, “China no es un enemigo, pero tampoco un aliado incondicional. Es un actor clave con el que debemos coexistir estratégicamente”. Desde Beijing, en cambio, se percibe a Europa como un actor en declive, afectado por contradicciones internas y subordinado a la agenda de Washington.

El nombramiento de Lu Shaye —un diplomático conocido por su estilo combativo— como enviado especial para Europa refleja ese enfoque más confrontativo. Lu, asociado a la llamada diplomacia del “lobo guerrero”, ha buscado explotar divisiones dentro del bloque europeo, reforzando vínculos con países clave como Alemania, Francia e incluso regiones autónomas como Cataluña o el Véneto.

Persistirán las tensiones

El saldo de la cumbre fue modesto. No se alcanzaron acuerdos estructurales ni se resolvieron los principales puntos de fricción. Pero también quedó claro que, pese a las divergencias, ninguna de las partes quiere romper el vínculo. La interdependencia económica, el interés compartido en mantener abiertas las rutas comerciales y el temor a una ruptura abrupta siguen funcionando como freno.

En un mundo marcado por guerras, saltos tecnológicos y una transición global en curso, la relación entre la UE y China se mueve en un terreno intermedio: sin “guerra fría” declarada, pero con una competencia estratégica en aumento. No hay amistad sin límites, como la que se proclaman entre Beijing y Moscú, pero tampoco hay ruptura. Hay un delicado equilibrio entre cooperación, disputa y contención, en el que China parece sacar mayor provecho.

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