Está en curso un salto en la confrontación entre Estados Unidos y Rusia, con la guerra en Ucrania como tema central. Intensificaron su retórica bélica y nuclear, al tiempo que aumenta la presión económica yanqui sobre aliados de Moscú y se agita el mercado energético global.
Ucrania, ultimátum de Trump y la amenaza rusa
La cuenta regresiva impuesta por el presidente estadounidense Donald Trump para “poner fin a la guerra en Ucrania” desató un vendaval diplomático, económico y militar a escala global. El ultimátum, primero de 50 días y luego reducido a 10, no solo incluyó nuevas amenazas de endurecer las sanciones económicas contra Rusia, sino también advertencias directas a cualquier país que colabore “de forma directa o encubierta” con Moscú. Trump dijo que estaba “decepcionado” con el presidente ruso Vladimir Putin y que consideraba que quiere seguir con la guerra.
Desde el Kremlin, la respuesta no se hizo esperar. Dmitri Medvédev, vicepresidente del Consejo de Seguridad y habitual portavoz de las advertencias más crudas del Estado ruso, afirmó el 30 de julio que “los ultimátums son el camino directo hacia la guerra”, y recordó que Rusia dispone del sistema “Perímetro” (también conocido como “mano muerta”): un dispositivo automático de represalia diseñado para lanzar un ataque nuclear masivo incluso si el alto mando político y militar ha sido destruido.
En reacción a esas declaraciones, que calificó de “altamente provocadoras”, Trump ordenó reposicionar dos submarinos nucleares en “zonas apropiadas”, una expresión deliberadamente ambigua que, según analistas citados en varios medios, se refiere al Atlántico Norte y al mar de Noruega, zonas próximas a las bases militares rusas en el Ártico.
Aunque el vocero del Kremlin, Dmitri Peskov, desestimó el gesto calificándolo de “demostración sin impacto operacional”, el Ministerio de Defensa ruso contestó con ejercicios militares en el mar de Barents y el enclave de Kaliningrado, incluyendo simulacros de despliegue de misiles Tsirkón desde plataformas terrestres móviles y el anuncio de la producción en serie del misil hipersónico Oreshnik.

Avance ruso a pesar de la resistencia ucraniana
Mientras las dos potencias escalan la confrontación estratégica, el campo de batalla europeo sigue cobrando víctimas. A casi tres años y medio del inicio de la invasión, el conflicto continúa siendo el más destructivo en Europa desde la Segunda Guerra Mundial.
La invasión imperialista rusa fue convertida por el pueblo ucraniano y sus Fuerzas Armadas en una resistencia de carácter nacional, con decenas de miles de muertos, millones de desplazados y regiones enteras devastadas.

A su vez, Estados Unidos y su alianza militar, la OTAN, intervienen de forma directa con financiación, armamento y asesoría estratégica en apoyo al gobierno ucraniano, buscando desgastar a Rusia sin comprometer sus propias fuerzas.
Producto de la decidida defensa de su pueblo y sus Fuerzas Armadas, Ucrania le causó decenas de miles de bajas al ejército ruso, entre muertos y heridos. Pese a la adversidad, la inferioridad en el número de tropas y el permanente chantaje de Estados Unidos y la OTAN para la entrega de armamento, las fuerzas ucranianas continúan golpeando a las fuerzas rusas.

En la actualidad la situación del frente de batalla en Ucrania está inclinado a favor de las fuerzas invasoras, que vienen avanzando en múltiples direcciones. Afirmaron haber capturado la localidad de Chasiv Yar, importante por su ubicación, al tiempo que ya entraron y se están dando duros combates en la estratégica ciudad de Pokrovsk.
En los últimos días, Rusia lanzó una serie de bombardeos masivos sobre Kiev y otras ciudades, incluyendo un ataque que dejó 31 muertos —al menos cinco de ellos niños— y más de 130 heridos. Se trató del mayor número de víctimas infantiles en un solo ataque desde el inicio de la guerra en 2022.

La respuesta ucraniana fue con ataques de drones en profundidad sobre territorio ruso, alcanzando refinerías, depósitos de petróleo y aeropuertos. Estos ataques son posibles dado que Estados Unidos y la OTAN han autorizado parcialmente el uso del equipamiento militar sobre blancos en territorio ruso.
Estos hechos representan una escalada cualitativa en la confrontación y demuestran la decisión explícita de cruzar líneas rojas que hasta hace un tiempo se consideraban inviolables.

El frente energético
En paralelo al conflicto militar, la guerra económica y energética adquirió una nueva dimensión. Donald Trump incluyó en su ultimátum a Rusia la amenaza de sanciones secundarias “más severas que las impuestas a Irán” contra todos los países o empresas que compren petróleo ruso por encima del precio tope de 60 dólares fijado por el G7.
La medida, anunciada el 29 de julio durante un acto en Pensilvania, apunta directamente a China, India y los países del Golfo, que han sostenido el flujo de crudo ruso desde 2022. Como señal de presión adicional, la Casa Blanca ya anunció tarifas del 25 % sobre productos indios, y advirtió la posibilidad de sancionar a refinerías chinas e indias que operen fuera del límite establecido. Desde Pekín, la respuesta fue contundente. “No aceptamos dictados extraterritoriales sobre nuestras relaciones comerciales soberanas”, declaró el vocero del Ministerio de Exteriores chino.
La presión estadounidense también se trasladó al seno de la OPEP+ (Organización de Países Exportadores de Petróleo más Rusia, México y Malasia, entre otros). Washington instó a Emiratos Árabes Unidos y Arabia Saudita para aumentar su producción y así contrarrestar los ingresos energéticos de Rusia.
Finalmente, el 31 de julio se anunció un incremento de 547.000 barriles diarios a partir de septiembre, lo que algunos analistas interpretaron como un gesto hacia los intereses de EE.UU., aunque desde el Kremlin se aseguró que se trató de una decisión “puramente técnica”. Tras el anuncio, el barril de Brent, que había superado los 72,5 dólares el 30/7, se estabilizó en torno a los 69,49 USD hacia el 4 de agosto.
No todos los países productores aceptaron el giro. Irán afirmó que “los intentos de usar la OPEP como brazo geopolítico están condenados al fracaso”. Desde Caracas, Nicolás Maduro sostuvo que “ni las amenazas imperiales ni la guerra económica podrán alterar el derecho soberano de los pueblos a decidir con quién comercian su energía”.

Rusia, por su parte, reforzó su red de evasión de sanciones a través de flotas “fantasma”, triangulación con India y China, y operaciones con petroleros no rastreados. En ese marco, anunció el traslado de parte de su comercio petrolero hacia contratos en yuanes y rupias, y afianzó sus vínculos con empresas intermediarias en Dubái y Singapur.
Según Oilprice.com, más del 50 % del petróleo ruso exportado a Asia termina regresando al mercado europeo como diésel o nafta refinada. Bloomberg informó que en junio, Rusia exportó más de 3 millones de barriles diarios a China e India, lo que representa cerca del 70 % de su comercio exterior de crudo.
La disputa energética actual no solo expresa el enfrentamiento inmediato entre Washington y Moscú, sino que también expone fisuras al interior del bloque petrolero. Mientras Arabia Saudita navega entre su alianza estratégica con China y sus pactos militares con EE.UU., Rusia busca consolidar un eje energético alternativo con Irán, Venezuela, Argelia y Kazajistán. Para Washington es prioritario impedir que ese eje se afiance y que el crudo ruso continúe ingresando al mercado global.

¿Hay posibilidades de un alto al fuego ya?
Pese a la escalada militar y la retórica agresiva, los canales diplomáticos entre Estados Unidos, Rusia y Ucrania no están completamente cerrados. Donald Trump envía en los próximos días a su asesor Steve Witkoff a Moscú con una propuesta inicial de cese del fuego “con supervisión internacional” que sería válida por 15 días prorrogables. El Kremlin reconoce el encuentro, pero afirmó que “ninguna de las propuestas fue seria o viable” y acusó a Washington de “buscar una pausa operativa” más que una salida política real.
Por su parte, el Reino Unido, Alemania y Francia han reiterado su posición de construir una “coalición de voluntarios” que envíe tropas a Ucrania para garantizar la perdurabilidad de un acuerdo de paz. Hablan de hasta 50 mil soldados europeos para “para enviar un mensaje claro a Rusia”. Esta propuesta contaba con el visto bueno de Trump, por lo menos hasta el inicio de esta nueva y peligrosa escalada.

Por su parte, el canciller ruso Serguéi Lavrov declaró en una entrevista que “Rusia está dispuesta a conversar sin condiciones con Estados Unidos, pero no bajo amenaza”. Y Putin sumó: “Toda conversación real debe partir de los hechos consumados: los nuevos territorios rusos no son negociables”.
El obstáculo central sigue siendo el mismo desde 2022: Moscú exige como condición el reconocimiento internacional de su soberanía sobre las cinco regiones ucranianas que hoy controla y que anexó formalmente —Crimea, Luhansk, Donetsk, Jersón y Zaporiyia—, algo que Ucrania rechazan de plano.

Hay que tener en cuenta que Rusia tiene planificada su estrategia de guerra hasta al menos mediados de 2026, con un plan de reclutamiento y adiestramiento, al tiempo que reorientó su industria para fortalecer el complejo militar-industrial y aumentó su inversión en defensa.
El presidente ucraniano Volodimir Zelensky viene afirmando desde el comienzo de la guerra que “toda negociación que incluya ceder territorio ucraniano es inaceptable”, pero reconoció que “si cesan los ataques sobre civiles y se libera a los prisioneros, podríamos sentarnos a discutir un esquema de distensión temporal”.

La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, también se refirió al tema en declaraciones: “No podemos permitir una paz impuesta con las armas rusas, pero sí debemos apoyar todos los esfuerzos diplomáticos que respeten la integridad territorial de Ucrania”.
Por su parte Antonio Costa, presidente del Consejo Europeo, dijo que “hemos alcanzado las condiciones para avanzar en el proceso de negociación en curso para la adhesión a la Unión Europea de Ucrania”, lo que representaría un cambio cualitativo en el conflicto.

Varios analistas y exfuncionarios han comenzado a debatir la posibilidad de un alto el fuego parcial que congele las líneas actuales del frente, evocando el armisticio coreano de 1953. Aunque no hay consenso oficial, esto se debate en círculos diplomáticos occidentales.
Pero los pronunciamientos públicos siguen siendo inflexibles. Desde Bruselas, la OTAN ratificó su apoyo “irrestricto” a Ucrania, y el Consejo de Seguridad Nacional de EE.UU. aseguró que “no habrá concesiones bajo presión militar”.
Rusia ha manifestado repetidamente su disposición a discutir el plan chino, y Putin calificó la propuesta como “realista y constructiva”. Sin embargo, no hay evidencia pública de que existan negociaciones actuales entre Rusia y China para estructurar un acuerdo de alto el fuego con retirada de tropas o levantamiento escalonado de sanciones.
Por ahora, cualquier posibilidad real de alto al fuego parece supeditada al curso de las operaciones militares, hoy en favor de la estrategia rusa. Esta escalada en curso, junto a las recientes guerras Camboya-Tailandia e Israel-Irán, hacen que la situación mundial tienda, en camino espiral, a tensiones crecientes de consecuencias difíciles de prever.

Periodista egresado de TEA.
Rosarino.
Hincha y socio de Newell´s.
Militante del PCR.
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